domingo, 28 de febrero de 2021

Marchita

 


Casi 4 años han pasado. El numero 4 es un valor recurrente que va y viene a placer. Procuro darle la bienvenida pues siempre trae consigo nuevas lecciones.

Esta vez me hace recapacitar en la aparición de un nuevo color, o más bien de un sentido de él. 

Es curioso, pues hace casi 8 años que se anunció el naranja. Creí que ese era el final de esas percepciones. Afortunada o desafortunadamente no fue así. 

Hay infinidad de colores, así es, pero no todos llegan a mi acompañados de un sentido lo suficientemente fuerte como para dejar una huella.

Esta vez vengo hablar del color rosa. Lo primero que se hace evidente, quizá por prejuicios, es su superficialidad. Sin embargo, está dotado de una profundidad asombrosa. Misma que de forma inicial es altamente cautivadora al igual que el verde. Incluso lo llegue a confundir con este último. Pero no, es distinto. Totalmente.

Debo aceptar que es un color que nunca había llamado mi atención antes, creía que no me gustaba. Antes de vivirlo lo veía como un color infantil. Superficial y hasta vacío. Quizá esto pueda ser debido a que de hecho tiene algo de esto. Pero también es cierto que en su profundidad hay bastas diferencias.

El rosa es un color que da vida y esperanzas. Pero, que, a diferencia del verde, no te destruye pues su adiccion no es tan corrosiva. De hecho, te ayuda a florecer al punto de estar cómodo y llenarte de plenitud.

Hay que saber ser agradecido de la visita de este color pues nos empuja a ser mejores. Dota de inspiración y motivación de tal manera que se debe de tener cuidado de la dependencia a este.

¿Quién no quiere tener a la mano la energía que el guerrero necesita pare vencerse a sí mismo en el eterno ciclo? Justo ahí es donde la primera luz roja se hace visible.

Uno debe de saber cuándo el color empieza a difuminarse. Al igual que la flor que lleva su nombre, empieza a morir sin que podamos hacer nada. La primera destrucción puede darse cuando nos disponemos a cargar con la culpa de este inevitable hecho. Nos sentimos responsables de no haber cuidado de ella lo suficiente como para que no pasara tan amargo desenlace.

Hay que darnos cuenta de que no se puede intervenir y detener el avance de la espiral. Uno simplemente debe de aceptar que esa flor de color rosa se marchitara una y otra vez y en cada vuelta nos clavara su espina más profundamente. Recae en nosotros la responsabilidad de tomar una decisión. Como ya saben, recurrente en mí, blanca o negra. Aceptar que la espina se clave tan en lo profundo de nuestro ser hasta llegar a la aniquilación o, aunque sea igual de doloroso, arrancarnos la espina de una vez por todas evitando tan fatídico destino.

Esta vez, no lance una moneda y tome una decisión. Quizá estos 8 años me hayan dotado de cierta experiencia o ya no tenga los mismos ánimos de apostar al destino cuando las luces rojas son tan intensas y evidentes.

Sea como sea, no le huyan a este color. Es una maravillosa experiencia que debe ser acompañada del incesante recordatorio de no marchitarnos junto con él.